domingo, 10 de agosto de 2008

Día 30

10/08/2004

Astorga, Murias de Rechivaldo, Santa Catalina de Somoza, El Ganso, Rabanal del Camino, Foncebadón, Cruz de Ferro, Manjarín, El Acebo

Por aquí el camino es muy sencillo de andar. Son caminos de tierra bien preparados y señalizados. Llegan a haber una seis o siete flechas en cada cruce.

Justo antes de llegar a Rabanal del Camino he topado con Joaquín y Esther, ninguno nos lo esperábamos. Después de estar un rato hablando nos hemos despedido, pues ellos se quedaban en Rabanal y yo pensaba seguir unos 25 km más.

Nada más salir del pueblo ha comenzado a llover, asique me he puesto la capa de lluvia y he seguido andando. A 16 km de Molinaseca he parado en Manjarín para llenar la cantimplora. Aquí solo había dos habitantes en una casa y todo era en rollo Templario. Era muy chulo. Me he acordado de Silvia, pues me estuvo contando bastantes cosas sobre los Templarios en Albacete.

Una vez provisto de agua he seguido caminando. La lluvia no cesaba.

A unos cinco kilómetros de El Acebo me he cruzado con dos personas y he comenzado a hablar con ellos, bueno, más bien solo con uno de ellos, pues el otro iba muy concentrado en seguir andando porque llevaba muy mal los talones y le dolían mucho (incluso se había quitado las botas y caminaba en chanclas. Llevaba los calcetines empapados).

Cuando hemos llegado casi a la cumbre de la montaña los tres nos hemos detenido de repente. Era una vista increíble, estábamos totalmente rodeados de verdes montañas y unos bancos de espesa niebla se posaba ante ellas.

La niebla se hacía paso entre nuestros pies cuando han empezado a aparecer los primeros rayos de sol. Nos hemos quitado las capas y hemos seguido andando hasta llegar a El Acebo.

Es un pueblo muy antiguo y acogedor. Uno de los que iba conmigo me ha dicho que le recordaba al pueblo donde él nació, incluso me ha explicado la distribución de las casas.

Hemos entrado en un bar (yo pensaba seguir hasta Molinaseca pero ellos, Floren y Antonio, han insistido en que tomara algo con ellos). Al final se han juntado con nosotros dos italianos (Marco y Angelo), dos vascos (Salva y no recuerdo el nombre del otro) y dos madrileños (unos de ellos se llamaba Popi). Acabo de recordar que el segundo vasco se llamaba Iker.

Después hemos salido todos a la plaza del pueblo con algo de vino y una guitarra que llevaba Marco.

Hemos pasado la tarde entera cantando, riendo y hablando; algo increíble. No creo que pueda contar todo lo que hoy me ha ocurrido, solo diré que me siento muy feliz. Hasta pronto.

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