jueves, 7 de agosto de 2008

Día 27

07/08/2004

Villalpando, Cerecinos del Campo, San Esteban del Molar, Benavente

La jornada de hoy ha sido la más dura de todas, y con diferencia. Nada más salir ya he cogido mala dirección y me he dirigido más al norte que para el sur. A causa de este fallo, cuando creía haber llegado a un pueblo por el que tenía que pasar antes de llegar a Benavente, resulta que el pueblo no era el que yo creía.

No me acuerdo del nombre del pueblo, era muy pequeño y parecía un pueblo fantasma. No había nadie a quien preguntar, no había ninguna máquina trabajando en las tierras. Lo único que he visto ha sido un rebaño de ovejas pero, por más que he mirado, no he encontrado a ningún pastor. Aquella escena llegaba a ser un tanto escalofriante. El pueblo tampoco me aparecía en mi mapa. Con ayuda del sol he supuesto la dirección que había tomado y el punto en el que me encontraba. He adivinado, más o menos, la dirección que debía tomar para no dar vueltas ni retroceder y, sin más, me he encaminado cruzando praderas, campos de trigo y demás.

Al cabo de hora y media he encontrado el camino que debía seguir pero al poco rato se ha convertido en una jungla de hinojo. Me ha costado mucho pasar y al final he salido totalmente amarillo a causa del polen que han ido soltando.

Después iba un poco despistado con el camino que debía seguir, pero me he encontrado con Celestino, un labrador de San Esteban del Molar de unos 60 años y me ha indicado el camino que debía coger. Habré estado una media hora hablando con él. Hemos acabado dándonos los teléfonos.

A unos seis kilómetros de Benavente he empezado a sentir un pequeño dolor en el gemelo izquierdo. Conforme pasaban los metros me iba doliendo más, hasta que he llegado a un punto que se me hacía muy difícil andar.

Ya a tres kilómetros de la ciudad he llegado a un cruce de carreteras y autovías. No sabía por dónde cruzar. Cerca de una gasolinera le he preguntado a dos guardias de tráfico por dónde pasar y estos, al principio un poco indecisos, me han indicado el camino. Del camino me separaba una valla bastante alta, y los mismos guardias me han ayudado a saltarla.

Al final, después de ocho horas caminando he llegado a Benavente y he tenido que parar en el primer parque que he encontrado porque el dolor en el gemelo se había hecho muy intenso.

A eso de las siete o las ocho he ido preguntando por un sitio donde pernoctar y ha resultado que aquí hay un albergue para peregrinos. Va ha ser el primer albergue donde pase la noche.

Aquí hay una pareja de mediana edad, Joaquín y Esther, que van andando. También hay dos chicas jóvenes, Laura y Ana, que van en bici. Y después ha llegado otro chico en bici. Todos hemos estado hablando un buen rato, cada uno tenía sus propias anécdotas.

Ha habido un momento que me he quedado solo con el último chico que había llegado, y con él he tenido una muy buena conversación. Los dos tenemos una cosa en común, buscamos algo más en la vida, sabemos que por ahí fuera hay un gran mundo que queremos descubrir y sentir.

Tengo muy claro que esta mañana ha sido la jornada más dura de todas, pero esta mañana he visto algo que no cambiaría por nada del mundo. He visto el amanecer más bonito de mi vida. No quisiera describirlo porque seguramente destrozaría el momento. No ha sido una amanecer cualquiera (llevo casi un mes viendo amanecer y en este había algo distinto, algo especial), era más bien como si el sol estuviera naciendo y diera luz por primera vez a la tierra. Algo precioso.

Hasta pronto.

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